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  • Julieta Rosell

El abogado del diablo



En mi top 5 de actores de Hollywood haciendo de personajes arquetípicos sin duda entran Brad Pitt haciendo de la muerte en Conoces a Joe Black? y Al Pacino haciendo del diablo en El abogado del diablo. En esta última, Keanu Reeves hace de el abogado. Si pensamos en las jerarquías, el infierno estaría al mando de un diablo, y podríamos poner a Marcia como el Al Pacino de su Infierno. Cuando hay que tomar postura por algo, siempre me tira hacer del abogado del diablo (así, en masculino): quiero ser Keanu, quiero jugar el juego de justificar lo injustificable y ver cómo se sale entero de eso, y sobre todo ganar defendiendo al diablo.


Dos años más tarde, Keanu va a atravesar un nuevo viaje existencialista en Matrix, otra peli atravesada, en varios niveles, por las lógicas de lo binario: los ceros y unos, la pastilla azul o la roja, el bien y el mal. Ahora bien, la idea-binomio de el bien y el mal es camaleónica, se adapta a muchas cosas: pueden ser el abogado bueno y el cliente corrupto, la matrix y la realidad, el súper héroe y el villano, el mercado del arte y los artistas, el rosa light y el rosa Luxemburgo, el original y la copia. El bien sabemos que está bien, pero el mal... es súper seductor, es tentador (pensemos en otras ideas-binomio vinculadas al mal como pecado-placer). A Keanu el diablo lo tienta con cosas, lo seduce, lo embuste.


Además de generar pronunciamientos y profundizar grietas y oposiciones, cada reaparición o actualización del tema de la lucha entre el bien y el mal, nos habilita a repasar todo de nuevo y volver a repensar, justamente, qué cosas son el bien y el mal; pero más que nada funciona como la excusa ideal para volver a charlar de las cosas que nos gustan, volver a intercambiar opiniones, que todxs las tenemos y bien diversas. Yo me pronuncio a favor del intercambio. Y también me parece que la incorrección política es lo más progre que hay. Pero parecería ser que hay que saber desde dónde, de qué forma, en qué momento, y tener cuidado de no terminar del otro lado, ese es el vértigo de este tipo de intercambios. En el banquillo de los acusados, se puede ser el defendido y el diablo a la vez. El borde entre la incorrección política y la cancelación es increíblemente finito.


A fin de cuentas, el posicionamiento en torno a las mostacillas, no deja nunca de parecerme un debate riquísimo, porque lo superficial en el arte es una trampa: cuanto más superficial, más profundo.


EL DEBATE SOBRE EL ARTE DE LOS 90S:




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