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  • Arturo Carrera

Marcia Schvartz



Vuelvo otra vez sobre las mismas citas: hay dos maneras de tener los dioses entre nosotros, nos dice François Wahl, y están secretamente trabajadas por la representación. Hay el rito y hay el culto.


En el rito, los primitivos encuentran y hacen permanecer la presencia de los ancestros con solo conservar sus nombres, es decir, la lengua del pueblo; lo importante es entender la lengua como a un fuego, alimentándolo permanentemente con leña o aceite.


En el culto, se trata de hacer venir a Dios. Se busca su presencia. Klee es un pintor de culto —dice Wahl—, Kandinsky, de rito.

Góngora entiende la lengua, es un escritor del rito, Cervantes interroga la representación, pertenece al culto.


Creo imaginar a pintores y escritores que han llevado esta experiencia original a un punto de exasperación. Trabajando en el límite, en el señuelo del umbral, han logrado una especie de jaspeado, de mixtura de culto y rito. Como si la experiencia artística no fuera para ellos sino ese doble movimiento de traer la representación, “ligera” pero “forzosamente”. Es el caso de pintores como Ensor y Schiele, escritores como Lezama y Sarduy. Entre nosotros Girondo y Perlongher, la pintura de Marcia Schvartz.


Pero ¿por qué traigo para la pintura de Marcia ese algo de primitivo que busca con furia y a todo costo “la imagen”? Dice V.H. Luquet vía Bataille: “Primitivo es un arte cuyo acabado de las formas está guiado por la misma concepción del arte figurativo, deriva del parecido que utilizan los niños cuando dibujan y pintan, cuando perfeccionan no solo dibujos fortuitos sino también producciones extrañas y hasta accidentes naturales”.

Me imagino mirando los cuadros de Marcia, los primeros, los últimos: la misma fuerza, el mismo brío escintilante en el color, por momentos furioso; el mismo gusto por los cuerpos expuestos en gestos extáticos, cuya tensión los eleva a un grado de lirismo clamoroso, agónico, hipererótico. Digo “hipererótico” porque ese estado es un “más allá”. Una hipertelia donde juegan ritualmente las figuras y los mensajes. Pintura ligada a lo eventual con la profundidad que nos vuelve espectadores-arqueólogos. Hay gestos-bisonte y gestos-reno, andares de oso y de loba, bailares de rata en las vidrieras, de hiena pestilente en los festines nocturnos. Hay miradas fósiles. Hay obscenidad en el sentido más puro de esa palabra: todo está fuera de su lugar y de su tiempo. Los chongos desnudos cantan un ritornelo de la milonga con la expresión enaltecida del ocio quejumbroso; son amantes de pelo renegrido que se afeitan mirándose en el filo de la navaja; el hilo rojo de unas bárbaras muchachas que menstrúan soñando en la claridad vertiginosa del río. O las que ponen la lengua en la grieta de la piedra para que mane el agua breve del deseo infinito: sin embargo, son fósiles. Retienen el arte y la religión de las criaturas fósiles. Que pasaron por todas las eras imaginarias. Que juntaron el afuera del mundo y el adentro de la vida. Pero miden lo que “conocen” con pequeñas cantidades de yacer ocioso.

Pinturas expuestas a la sinrazón del goce. Pinturas de la divina desproporción del rito y del culto ya mezclados, ya unidos.


Pinturas de Marcia Schvartz que recomienzan a cada tela, como si fueran de la primera ingenua dibujante, la invención de un dibujo, la puesta de un color, la emisión de una breve melodía sorda, orgasmática, expresión de la cautiva locura de mirar.

Este texto se encuentra publicado en Arturo Carrera, Anch’io sono pittore!, Mansalva, 2019.

imagenes: (1) Schvartz Marcia, CANTO TRIGESIMOSECONDO Oí que me decían: pisa con tiento, 2018

Técnica mixta sobre tela, 160 x 180 cm (2) Schvartz Marcia, Ángel negro, 2016-2019, Óleo sobre tela, 300 x 200 cm


EL DEBATE SOBRE EL ARTE DE LOS 90S:



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